El verano es sinónimo de playa, piscina y largas jornadas al sol. Muchas personas se preparan para esta época del año con cremas solares, sombreros y gafas oscuras, pero rara vez se presta atención al cuidado de los ojos. Sin embargo, la exposición prolongada al sol, el contacto con el cloro de las piscinas o la sal del mar pueden convertirse en una amenaza real para la salud ocular si no se toman las precauciones adecuadas.

Durante las vacaciones, los ojos están más expuestos que nunca a situaciones como las altas temperaturas, los baños frecuentes y la intensa radiación ultravioleta. Estas situaciones pueden desencadenar en problemas como sequedad ocular, irritación o incluso infecciones como la conjuntivitis. A pesar de ser molestias comunes, muchas personas las subestiman o recurren a soluciones poco efectivas, lo que puede prolongar los síntomas o empeorar la situación con el tiempo. Sin embargo, el uso de productos como lágrimas artificiales u otros líquidos para los ojos, son soluciones cada vez más habituales en esta época del año.

Este artículo tiene como objetivo alertar sobre los tres grandes enemigos del verano para nuestros ojos: el cloro, la sal y el sol. A través de un análisis detallado de cómo afectan a la vista y qué síntomas generan, también se abordarán consejos prácticos de prevención y alivio. Personas como la doctora Patsy Delgatto, dentista en el Algarve de Portugal que viaja frecuentemente de vacaciones en Mallorca, comenta que es algo recurrente: “En la clínica, durante el verano, no es raro que en medio de una charla con los pacientes surja el tema de los ojos resecos o irritados. Parece algo bastante común, y yo también lo noto especialmente después de días de sol y mar.”

El cloro – Enemigo silencioso en la piscina

Las piscinas son uno de los lugares favoritos para refrescarse en verano, pero también representan un foco importante de irritación ocular debido al uso de cloro. Este compuesto químico, indispensable para mantener el agua libre de bacterias, puede alterar la película lagrimal natural del ojo, provocando enrojecimiento, escozor y sensación de cuerpo extraño tras nadar. Incluso en concentraciones normales, el cloro afecta especialmente a quienes ya padecen sequedad ocular.

La exposición prolongada o frecuente al agua clorada puede dañar la superficie ocular e incrementar el riesgo de infecciones como la conjuntivitis. Esto se debe a que el cloro altera el pH ocular y puede eliminar las defensas naturales de la lágrima, facilitando la entrada de microorganismos. Por ello, nadar con los ojos abiertos o sin gafas protectoras se convierte en una de las principales causas de molestias visuales en verano, especialmente en niños y personas con ojos sensibles. Para prevenir los efectos del cloro, se recomienda el uso de gafas de natación herméticas, evitar abrir los ojos bajo el agua y aplicar lágrimas artificiales después del baño. Estas gotas ayudan a restaurar la hidratación, eliminar residuos irritantes y proteger la mucosa ocular.

La sal del mar – Frescura con consecuencias

Sumergirse en el mar es otra experiencia habitual durante el verano y muy refrescante, pero, el agua salada también puede causar problemas oculares si no se tiene precaución. La alta concentración de sal puede provocar una deshidratación momentánea de la superficie ocular, generando sensación de picor, ardor y visión borrosa. Aunque el agua del mar es menos agresiva que el cloro, su efecto sobre los ojos es acumulativo y puede resultar incómodo tras largas exposiciones.

Asimismo, otro riesgo adicional es la contaminación del agua en playas muy concurridas, donde pueden encontrarse bacterias que desencadenen infecciones oculares. De igual forma, la arena en suspensión puede entrar en los ojos con las olas, provocando erosiones corneales leves y aumentando la sensación de cuerpo extraño. Este tipo de molestias, aunque comunes, no deben ignorarse, ya que pueden derivar en irritaciones prolongadas o infecciones si no se tratan adecuadamente. La mejor forma de prevenir los efectos del agua salada es aclarar los ojos con agua dulce al salir del mar y aplicar lágrimas artificiales que restauren la película lagrimal.

El sol y los rayos UV – Radiación que no perdona

La exposición directa al sol no solo afecta la piel, sino también a los ojos. Los rayos ultravioleta pueden provocar quemaduras en la córnea, una afección conocida como queratitis actínica, que se manifiesta con dolor ocular, fotofobia e incluso pérdida temporal de visión. Aunque es habitual protegerse con gafas de sol, no todas ofrecen el filtro adecuado para bloquear los rayos UV-A y UV-B, lo que deja a los ojos vulnerables.

El sol de verano es especialmente intenso entre las 12 y las 16 horas, y en entornos como la playa o la piscina, el reflejo de la luz en el agua y la arena multiplica su efecto nocivo. A largo plazo, la exposición continuada al sol sin protección adecuada se asocia con enfermedades oculares como cataratas, pterigion o degeneración macular. Por eso, cuidar los ojos en estos momentos críticos es tan importante como aplicarse protector solar en la piel. Para minimizar estos efectos, es esencial utilizar gafas de sol homologadas con protección UV 100% y, si es posible, con lentes polarizadas. Además, tras una exposición intensa, se recomienda usar lágrimas artificiales para calmar la irritación y prevenir la sequedad ocular causada por el calor y el viento.