Santillana del Mar, ubicada en la Comunidad Autónoma de Cantabria en el norte de España, es una joya histórica que te transporta en el tiempo, a través de sus calles empedradas y edificios medievales. Conocida como la «Villa de las Tres Mentiras» (ni es santa, ni es llana, ni tiene mar), esta localidad cautiva a los visitantes con su encanto y autenticidad. El recorrido por su casco histórico es una maravilla medieval, teniendo que dejar el coche en los aparcamientos cercanos para recorrer a pie todo su centro antiguo.

El casco antiguo de Santillana del Mar parece sacado de un cuento de hadas, con sus casas de piedra y balcones floridos que evocan una atmósfera medieval. La Colegiata de Santa Juliana, una joya del románico, es uno de los puntos más destacados, gracias a su impresionante arquitectura y su claustro. A lo largo de la villa se pueden visitar multitud de bares, restaurantes y tiendas de souvenirs con productos elaborados a mano, desde típicas quesadas y corbatas cántabras, hasta camisetas, sudaderas, pulseras, tazas, llaveros u otros recuerdos de la villa.

Historia de Santillana del Mar

Hacia el siglo VIII existía ya en la ciudad un monasterio benedictino en el que se custodiaban las reliquias de Santa Juliana, martirizada en Nicomedia de Bitinia, en la actual Turquía, durante las persecuciones de Diocleciano. Su cuerpo fue trasladado desde Italia para salvarlo de su destrucción e invasiones posteriores. La presencia de unas reliquias como aquellas tenía tanta importancia para los peregrinos y para la población en general en aquella época que acabaron dando nombre a la ciudad. En el siglo XII, el monasterio pasó de la orden de los agustinos y comenzó la construcción de la colegiata.

La Colegiata de Santa Juliana

Se trata de un edificio construido en el estilo románico francés, introducido en la Península por los peregrinos del Camino de Santiago. De la primitiva colegiata del siglo XII se conservan todavía la nave del templo, el claustro y la sala capitular.

El templo tiene una nave central con dos naves laterales, un crucero y tres bonitos ábsides. El claustro, bellísimo, es notable por las esculturas de los capiteles de su doble columnata, un auténtico compendio de la iconografía románica, con influencias cistercienses y de las iglesias orientales, al tiempo que apunta ya a la escultura narrativa naturalista propia del protogótico.

El interior de la iglesia y la portada de la misma tienen también una rica decoración escultórica en un estilo que se remite a la de la Cámara Santa de Oviedo y el pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela.

Otros lugares que ver en el casco histórico de Santillana del Mar

En el siglo XIV, se levantó en la actual plaza del Ramón Pelayo la torre del Merino, la residencia del merino mayor de las Asturias de Santillana, un cargo que equivalía al de recaudador de impuestos y juez del territorio. Se trata de un edificio fortificado, con saeteras y hermosas ventanas geminadas de medio punto. En la actualidad, tiene adosada una residencia añadida en el siglo XVIII.

La casona se construyó alejada de la colegiata, y pronto formó un nuevo centro que potenció la urbanización de su entorno. La ciudad se organizó así alrededor de estos dos polos, la colegiata, símbolo del influyente poder eclesiástico, y la torre del Merino, edificio emblemático del poder político. Entre ellas, la larga rúa del Rey que ya en el siglo XIII partía del atrio del recinto monástico. Así, se fueron construyendo allí las grandes mansiones señoriales y las demás viviendas y comercios que jalonan las calles de la localidad.

Hay que señalar que Santillana carecía de murallas, lo que explica que las casonas de las grandes familias de la localidad suelan tener torres de defensa que en ocasiones evocan más el castillo fortificado que la residencia urbana. Otro núcleo de la ciudad es el que se encuentra alrededor de los conventos de Regina Coeli y de San Ildefonso. Es de visita imprescindible el bellísimo claustro renacentista del primero, un convento dominico construido en el siglo XVI por Juan Gil Corlado y Fernando de Alvarado gracias al mecenazgo del capital Fernando de Velarde. En la actualidad, alberga un interesante museo diocesano.

El descubrimiento de las cuevas de Altamira

En 1868, en Altamira, un cazador llamado Modesto intentaba liberar a su perro, que había caído en unas grietas. Descubrió entonces la boca de una cueva desconocida hasta entonces y lo comunico al dueño de la finca, un erudito local llamado Marcelino Sanz de Sautuola.

En 1879, este las visito acompañado por su hija de nueve años y se puso a buscar piezas de sílex en la entrada. La pequeña, aburrida, se adentró en la cueva, donde descubrió las figuras de unos bisontes. Cuando don Marcelino publico el descubrimiento, la escuela de arqueólogos franceses negó en principio la autenticidad de las mismas, hasta que otros descubrimientos en su propio país les obligaron a admitir su importancia.